Maridaje de fondillón y habanos
¿Al final os habéis animado a venir? Muchas gracias. Pasad, pasad y poneos cómodos en mi humilde segunda residencia. Pero, mejor pasemos sin más preámbulos a lo que nos incumbe aquí, en un blog Sobre vino.
A pesar de que mis condiciones subjetivas previas a la experiencia no eran las más óptimas, la velada resultó deliciosa. Para empezar, el local que acoge la escuela de catadores es imponente. Visto desde fuera nadie pensaría que su interior haya sido remozado con tan buen gusto. Pero lo que más me sorprendió, muy gratamente, es que el ambiente era muy desenfadado, sin el encorsetamiento que uno le presupone a un acto de este tipo.
A esto contribuye que, tanto el director de la escuela, como el presidente del consejo regulador sean personas muy campechanas. Al primero lo conocía ya de otros saraos, y al segundo de lo mismo, amén de haber trabajado éste muchos años junto a mi padre.
Los ponentes eran dos expertos de largo currículum: uno por la parte del tabaco y el otro muy versado en vinos, especialmente los de esta zona geográfica, rancios incluidos.
Cuando nos sentaron en nuestros tenderetes de catadores, lo primero que me llama la atención de mi mesa es una botella grande de perfume, que resultó ser agua, embotellada en noruega y de mineralización no sé qué, que al parecer es idónea para este tipo de paladeos exquisitos. (Después he cotilleado en internet y resulta que cuesta 53 eurazos la caja de 12 botellitas de 0,8 m.l.).
Bien, primero se reparten los habanos: un Montecristo y un Romeo y Julieta, mientras nos explican que no es conveniente catar más de dos cigarros de una sentada (vamos, que no era una cuestión de presupuesto), y daban paso a una proyección muy interesante sobre el proceso de elaboración de los habanos (que se puede resumir en dos palabras: constancia, y paciencia; o casi en una: comunismo).
Hablando de resumir, que me van a dar las uvas (pues que sean de la variedad monastrell y así hacemos más fondillón, jijiji... perdonad el chistecito malo y localista, pero me lo he puesto a huevo): nos explicaron cómo se debe cortar y encender un puro, y para ello dispusieron en cada mesa un cortapuros y un encendedor. Nos aclaró el entendido en puros que ésa no era la manera comme il faut de catar cigarros, pero que para no alargarnos demasiado lo haríamos por la vía rápida (joder, pues si ésa es la rápida...). Nos aclaró que para encender sus cigarros, los verdaderos conneiseurs usan astillas de la lámina de cedro con la que cubren los cigarros en las cajas las buenas marcas.
A falta de astillas de cedro, nos suministraron encendedores especiales de gas azul, que emiten una llama inodora. Y procedimos con la liturgia habanera.
Las herramientas de trabajo
Una vez encendidas las cuarenta chimeneas (unos veinte asistentes, a dos cigarros por cabeza, que había que encender simultáneamente y fumar alternamente, probando las distintas combinaciones con los caldos), nos escanciaron cuatro variedades de fondillón.
Fuimos probando y combinando, y disfrutando mucho, pero el veredicto de los expertos, y, de los asistentes (mayormente por contagio), fue que este maridaje no desentonaría en Escenas de matrimonio, porque no era una pareja demasiado bien avenida. Y sólo una combinación muy específica, la del fondillón de las bodegas Salvador Poveda con el Romeo y Julieta, tenía un pase, aunque el vino acentuaba demasiado los “asomos salinos” del cigarro (lo que sea que significara aquello).
A continuación se produjo un debate entre los ponentes y los asistentes, incluidos ruegos y preguntas (y ,aquí Juanita la preguntona, se hinchó), en un ambiente muy distendido y gratificante (aprendí muchísimo escuchando a los que saben).
¿No es para matarlo?
Y cuando pensábamos que la cosa ya había acabado y nos disponíamos a abandonar el edificio, nos condujeron a la planta inferior a degustar un delicioso cattering. Como quiera que muchos ya habían ido marchándose, finalmente nos quedamos un reducido, pero selecto, grupo que disfrutamos de la comida y el buen vino (esta vez no fondillón) que se sirvió.
Y ya por último, cuando el resto abandonó la sala, nos quedamos seis personas entablando una improvisada tertulia, de las que no se olvidan fácilmente. Viendo que nos enganchábamos en el debate, una de las tertulianas (parte organizante del evento) truvo que sacar unas sillas para acomodarnos y descorchar algunas botellas de tinto más.
Y nos dieron las 12 y la 1, pero valió mucho la pena llegar hoy con sueño al curro, porque la conversación, respaldada por el inigualable entorno (y la priva y la manduca), alcanzó momentos realmente mágicos.
Repasé anoche una lección que ya tenía aprendida: que la gente que de verdad sabe (de algo en concreto, o de la vida en general) es accesible y tratable, y que los que interponen intencionadamente entre ellos y el resto una barrera intangible de tecnicismos y pirotecnia verbal, lo que realmente tratan de evitar es que se les acerquen lo suficiente como para desenmascarar su esnobismo y pedantería.
Ah, y que el tabaco negro es menos nocivo que el rubio...
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